Signos recesivos en las economías mundiales, tensiones geopolíticas, coletazos de medidas restrictivas, sensación de escenario de fractura, de que el mundo ya no es uno sino varios y que avanzan a diferentes velocidades, desarrollo cultural extraordinario, una auténtica revolución tecnológica y el gusto de explotarla en todos los ámbitos, ¿esto era el cyberpunk?
La realidad es que informática y cibernética están interfiriendo y dominando el paradigma social tal y como lo conocíamos hasta ahora. De pronto, la tecnología y las herramientas necesarias para desarrollar y utilizar la Inteligencia Artificial se han vuelto más accesibles. Como una gran bola de fuego que no deja de crecer consumiendo todos los datos a su alcance, ¡miles de millones de datos a su alcance!, la herramienta de creación de textos de IA generará algoritmos más poderosos y eficientes.
Ahora, al servicio de la Generación Faster, la del consumo a x1.5, el mercado nos obliga a producir a gran velocidad. Es aquí cuando instrumentos como la Inteligencia Artificial se vuelven imprescindibles. Una aplicación que siguiendo nuestras instrucciones es capaz de crear guiones, relatos, artículos, ensayos, partituras, además de ofrecer servicio de atención al cliente, corregir errores o resumir documentos legales ¿es una bendición o una amenaza?
¡ALERTA CREADORES DE CONTENIDO!
Dice Jeniffer Lepp, escritora capaz de crear sus novelas en poco menos de mes y medio, que utiliza la Inteligencia Artificial para optimizar fragmentos e inspirarse. Lo que no acepta es que se cuestione su autoría, ¡ESO NO! Defiende que la historia es suya, como lo son sus personajes y su mundo ficticio. Todo parte de ella, asevera. La cuestión, como poco, bien merece un debate.
Año 2020, Silicon Valley, el nuevo modelo de lenguaje GPT-3, creado por OpenAI, deja con la boca abierta a los asistentes al mostrar sin despeinarse su capacidad para crear un flujo de textos coherentes a gran velocidad. La todopoderosa IA aplica estadísticas o lógicas sobre los datos recogidos de libros, revistas, páginas web; imita tono, voz y estilo de cientos de escritores de todo el mundo de todos los tiempos; recopila información sobre cualquier tema; sigue unos patrones para aprendizaje automático y crea algoritmos y sistemas con los que replicar sistemas intelectuales e incluso mejorarlos (¿no os recuerda esto a Rachel, la androide más compleja de Blade Runner capaz de vivir sin saber lo que es vivir a partir de recuerdos de un ser humano implantados por su creador?).
Un súper cerebro de más de 175 mil millones de parámetros, algo así como nuestras neuronas, que solo necesita una orden para escupir flujos de textos coherentes. Esto me lleva a pensar en Descartes y en aquello de que “el individuo es una cosa que piensa” ¡BOOM! El problema es que no es inteligencia, finge ser inteligencia, pero no es consciente de lo que crea.
Como redactores, guionistas, articulistas, escritores, copys podemos ser más productivos, más rápidos en nuestros centros de trabajo gracias a la IA. Elegimos que una máquina ‘piense’ por nosotros, ya no perdemos tiempo documentándonos, corrigiendo faltas ortográficas y nos sentimos a salvo ante las páginas en blanco.
Entonces, ¿qué pasa con el arte? ¿Dónde queda la genialidad? La IA funciona observando relaciones estadísticas entre palabras y frases que lee, pero no entiende su significado, por lo que siempre debe ser supervisada para no caer en respuestas sin sentido.
¿Estamos quizá ante una herramienta potencialmente dañina que abre las puertas al fraude? Mi respuesta es que no deja de ser una aplicación con múltiples ventajas, que no está exenta de carencias. La IA no puede crear de cero, está sometida a unos datos dados y a la supervisión humana, no tiene la capacidad de ir de lo concreto a lo general, ni de desarrollar contenido para adultos, los textos que produce tienen una extensión limitada y las decisiones creativas continúan perteneciendo al escritor, que en última instancia es el que la controla.
Dicho esto, defiendo que su valor positivo o negativo viene dado por el consumidor.
No sé, quizá estemos ya formando parte de ese tiempo y espacio que recreó en 1968 P.K. Dick en su novela de ciencia ficción ‘Sueñan los androides con ovejas eléctricas’.